jueves, 7 de noviembre de 2013

El aula.

Rodrigo corría, subía y bajaba por las escaleras de la torre, pero por más vueltas que diera, ese edificio parecía no tener ninguna salida y no quería perder el juicio como algunos de sus compañeros o desaparecer como algunos lo habían hecho. En su mano tenia un tubo de metal, quitado de una de las sillas.
Era uno de esos días donde el calor invadía a Rafael Calzada y una tormenta de verano no hubiese ido nada mal.
Rodrigo asistía al Instituto José Manuel Estrada como lo hacia desde hace cinco años, cursaba el quinto año.
El día corría normalmente, como todos los días, pero como dije, era uno de esos días pesados de verano, cuando el calor no deja de ser insoportable y lo único que hay son esas ganas de volver a casa a tirarse en la cama a ver como se pasa el resto del día, cosas así sentía Rodrigo un día lunes que le tocaba salir a las dos de la tarde. Pero el día dejaría de correr normalmente y la rutina cambiaría ese mismo día, las cosas dejarían de estar tan tranquilas y el calor seria lo menos importante.
Eran las ultimas dos horas, lo único que hacia que el día sea mucho más pesado era estar esas ultimas dos horas con matemáticas. Karina entro al aula y aviso que tenían hora libre, eso alegro a Rodrigo, al menos no tendría que romperse la cabeza resolviendo aburridos problemas las últimas horas en el colegio.
Karina salio y dejo al curso solo por un momento, sin embargo, fue cuestión de minutos para que todo se fuera al mismísimo diablo, apenas se cerro la puerta, un temblor agito todo y seguramente no solo el aula de quinto año. Las lámparas que colgaban del techo se movían de un lado al otro, los bancos igual, y las ventanas atinaban a cerrarse pero se abrían nuevamente.
Las chicas del aula gritaban, mientras que los chicos reían, pero seguramente del miedo, mientras varios gritaban que se pongan a cubierto debajo de las mesas y tenían razón, si una de esas lámparas se soltaba, seguramente matarían a alguien. El temblor se detuvo, pero su duración fue de unos diez minutos aproximadamente.
Eran veinticinco en el curso y había más mujeres que hombres. Salieron del aula muy despacio, y se dieron cuenta que no había nadie, ni Karina, ni los demás preceptores estaban en el colegio, estaba totalmente vacío, solo ellos estaban allí, solo el aula de quinto año estaba llena de alumnos. Al principio parecía divertido, salir del aula, recorrer los pasillos, estar en cualquier lugar haciendo nada, el sueño de todo adolescente que asiste a clases, pero las cosas se empezaron a alterar cuando llegaron las dos de la tarde y ni siquiera el timbre había sonado para salir y volver a casa.
Rodrigo y un grupo de cinco chicos bajaron para ver si salían, el resto paseaba por el colegio. Al bajar se encontraron que la puerta estaba completamente cerrada y no pudieron abrirla.
Las horas pasaban y Rodrigo quería volver a su casa, de todas forma no era el único. No paso mucho tiempo para que el y un grupo de tres personas quisieran abrir la puerta. Lo lograron, pero fue ahí cuando la puerta se abrió y había un gran vacío fuera, es que, directamente no existía un afuera. El edificio parecía estar flotando en el aire y la profundidad del vacío parecía interminable. Nadie salió.
El día seguía pasando y parecía interminable, Rodrigo no entendía que pasaba, pero al menos parecía seguir cuerdo.
Con el pasar de las horas, varias personas parecían haber desaparecido también como el resto de todo el colegio, Rodrigo seguía buscando una salida, pero no la encontraba, llevaba el tubo de la silla en su mano por si algo aparecía de la nada, su mente ya no se encontraba tan cuerda. Cada tanto se cruzaba con gente de su curso, pero ni siquiera parecía verlos, el solo buscaba como volver a casa, como salir de ese maldito lugar. Sentía que si se dejaba estar, desaparecería como el resto de los estudiantes.
Eran las siete de la tarde y el sol parecía el mismo, parecía que la hora no pasaba, todavía parecían ser las doce del mediodía de un lunes de matemáticas y salidas a las dos de la tarde.
Rodrigo no aguanto más. Se dejó estar. Se sentó en el pasillo, se puso sus auriculares, encendió la música de su celular que no funcionaba más que para eso y espero ver que sucedería con él y el pequeño resto de gente que quedaba, si es que quedaba alguien.
Fuera, desde las doce del mediodía de ese mismo lunes, todos los canales de televisión se amontonaban en la puerta del colegio para obtener una primera plana del terrible accidente que había ocurrido en el salón de quinto año. Un avión por extrañas razones se había estrellado contra el edificio, más exactamente en el salón de quinto año, donde ni un alumno quedo con vida, el resto de los cursos sufrieron grandes heridas.
Pero en el aula donde había más razones de lamentos y llantos, era sin dudas, en el aula de quinto año…

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