Rodrigo corría, subía y bajaba por las escaleras de la torre,
pero por más vueltas que diera, ese edificio parecía no tener ninguna salida y
no quería perder el juicio como algunos de sus compañeros o desaparecer como
algunos lo habían hecho. En su mano tenia un tubo de metal, quitado de una de
las sillas.
Era uno de esos días donde el calor invadía a Rafael Calzada
y una tormenta de verano no hubiese ido nada mal.
Rodrigo asistía al Instituto José Manuel Estrada como lo hacia
desde hace cinco años, cursaba el quinto año.
El día corría normalmente, como todos los días, pero como
dije, era uno de esos días pesados de verano, cuando el calor no deja de ser
insoportable y lo único que hay son esas ganas de volver a casa a tirarse en la
cama a ver como se pasa el resto del día, cosas así sentía Rodrigo un día lunes
que le tocaba salir a las dos de la tarde. Pero el día dejaría de correr
normalmente y la rutina cambiaría ese mismo día, las cosas dejarían de estar
tan tranquilas y el calor seria lo menos importante.
Eran las ultimas dos horas, lo único que hacia que el día
sea mucho más pesado era estar esas ultimas dos horas con matemáticas. Karina
entro al aula y aviso que tenían hora libre, eso alegro a Rodrigo, al menos no
tendría que romperse la cabeza resolviendo aburridos problemas las últimas
horas en el colegio.
Karina salio y dejo al curso solo por un momento, sin
embargo, fue cuestión de minutos para que todo se fuera al mismísimo diablo,
apenas se cerro la puerta, un temblor agito todo y seguramente no solo el aula
de quinto año. Las lámparas que colgaban del techo se movían de un lado al
otro, los bancos igual, y las ventanas atinaban a cerrarse pero se abrían
nuevamente.
Las chicas del aula gritaban, mientras que los chicos reían,
pero seguramente del miedo, mientras varios gritaban que se pongan a cubierto
debajo de las mesas y tenían razón, si una de esas lámparas se soltaba,
seguramente matarían a alguien. El temblor se detuvo, pero su duración fue de
unos diez minutos aproximadamente.
Eran veinticinco en el curso y había más mujeres que
hombres. Salieron del aula muy despacio, y se dieron cuenta que no había nadie,
ni Karina, ni los demás preceptores estaban en el colegio, estaba totalmente
vacío, solo ellos estaban allí, solo el aula de quinto año estaba llena de
alumnos. Al principio parecía divertido, salir del aula, recorrer los pasillos,
estar en cualquier lugar haciendo nada, el sueño de todo adolescente que asiste
a clases, pero las cosas se empezaron a alterar cuando llegaron las dos de la
tarde y ni siquiera el timbre había sonado para salir y volver a casa.
Rodrigo y un grupo de cinco chicos bajaron para ver si
salían, el resto paseaba por el colegio. Al bajar se encontraron que la puerta
estaba completamente cerrada y no pudieron abrirla.
Las horas pasaban y Rodrigo quería volver a su casa, de todas
forma no era el único. No paso mucho tiempo para que el y un grupo de tres
personas quisieran abrir la puerta. Lo lograron, pero fue ahí cuando la puerta
se abrió y había un gran vacío fuera, es que, directamente no existía un
afuera. El edificio parecía estar flotando en el aire y la profundidad del
vacío parecía interminable. Nadie salió.
El día seguía pasando y parecía interminable, Rodrigo no
entendía que pasaba, pero al menos parecía seguir cuerdo.
Con el pasar de las horas, varias personas parecían haber
desaparecido también como el resto de todo el colegio, Rodrigo seguía buscando
una salida, pero no la encontraba, llevaba el tubo de la silla en su mano por
si algo aparecía de la nada, su mente ya no se encontraba tan cuerda. Cada
tanto se cruzaba con gente de su curso, pero ni siquiera parecía verlos, el
solo buscaba como volver a casa, como salir de ese maldito lugar. Sentía que si
se dejaba estar, desaparecería como el resto de los estudiantes.
Eran las siete de la tarde y el sol parecía el mismo,
parecía que la hora no pasaba, todavía parecían ser las doce del mediodía de un
lunes de matemáticas y salidas a las dos de la tarde.
Rodrigo no aguanto más. Se dejó estar. Se sentó en el pasillo,
se puso sus auriculares, encendió la música de su celular que no funcionaba más
que para eso y espero ver que sucedería con él y el pequeño resto de gente que
quedaba, si es que quedaba alguien.
Fuera, desde las doce del mediodía de ese mismo lunes, todos
los canales de televisión se amontonaban en la puerta del colegio para obtener
una primera plana del terrible accidente que había ocurrido en el salón de
quinto año. Un avión por extrañas razones se había estrellado contra el
edificio, más exactamente en el salón de quinto año, donde ni un alumno quedo
con vida, el resto de los cursos sufrieron grandes heridas.
Pero en el aula donde había más razones de lamentos y
llantos, era sin dudas, en el aula de quinto año…
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