lunes, 18 de noviembre de 2013

La visita.

Yo estaba tirado en el sillón que teníamos fuera de la casa, mirando como se pasaba un lindo día de verano en Rafael calzada en el mes de diciembre, uno de esos días en donde no hace ni un calor para morirse, ni uno de esos días donde hace frío como para congelarse, un día donde no sucede nada y de vez en cuando una brisa pasa para volarnos los pelos de la cara y refrescarnos unos cinco minutos.
Contemplaba como se pasaba el día, la tarde, los jóvenes que salían de las escuelas, las parejas que salían a tomar un helado, las familias con sus hijos tomados de la mano, era una tarde espectacular, una de esas donde la paz reina absolutamente cada rincón hacia donde miraras.
Me encontraba leyendo Misery de Stephen King, cuando un hombre bien vestido, de traje, toco el timbre de casa. Me levanté, dejando el libro en el sillón y fui hasta la puerta a atenderlo.
—Si, ¿Qué es lo que desea? —. Pregunté.
—Señor Creed, ¿Verdad? —. Me respondió el señor de traje.
—Si, soy yo. ¿Sucede algo?, ¿Hice algo fuera de la ley? —. Dije dirigiéndole una sonrisa, ya que nunca hice nada malo en la vida.
—No necesariamente, pero es hora de irnos, vamos, acompáñeme.
— ¿Adonde? —. Pregunte una vez más.
—Vamos señor Creed, deje de hacer tantas preguntas y vámonos—. Dijo sonriéndome.
Cerré bien la casa y me fui con aquel hombre. Caminamos a lo largo de San Martín y luego doblamos por 20 de Septiembre, hacia el centro. Quizá intente burlarme de él cuando fue a buscarme, pero eso no importa ahora, de todas formas ambos sabíamos que es lo que sucedería. Era imposible burlarme de él.
Caminamos por todo 20 de Septiembre, charlando. Aquel hombre de traje, tenia una apariencia de hombre frío, de no hablar con nadie, pero no era así, era un hombre agradable, de esas personas que nunca dejan que haya un silencio en alguna conversación, una de esas personas que siempre tenían un tema de conversación para sacar en cualquier momento. A pesar de que su trabajo no fuera el mejor, parecía ponerle la mejor buena onda a la hora de hacerlo, y trataba de llevarse bien con las personas a las que solía visitar.
Llegamos hasta la calle Rafael calzada y caminamos hasta Falucho, todo el tiempo charlando, tranquilos, sin apuros. Hablábamos del hermoso día, del hermoso clima, todo parecía hermoso ese día, todo era absolutamente hermoso.
Caminamos por Falucho hasta llegar al viejo cementerio de Rafael Calzada.
—Al fin hemos llegado, de todas formas el camino se hizo rápido charlando con usted Sr. Creed—. Me dijo sonriente otra vez
—Si, al fin hemos llegado, pero… ¿No crees que pueda quedarme unos años más aquí? —. Le pregunté
—Sr. Creed, sabe como son las reglas, además, he tardado bastante en venir a buscarlo, hice bastante tiempo para usted, no me haga más difícil esto—. Me dijo apaciblemente.
—Tienes razón, discúlpame.
Entramos en el cementerio, recorrimos pasillos hasta llegar a una hermosa tumba nueva que tenia inscripto: “Cristian Creed, 1912 – 2010”.
—Cien años es mucho tiempo Cristian, ¿No lo crees? —. Me dijo
—¡Y cuanto tiempo!, pensar que tendrías que haber llegado hace dos años, y me los has dejado, por un momento pensé que te habías olvidado de mi y viviría para siempre, que quizás tenia más tiempo a mi favor, pero me equivoque. 2013 fue un buen año de todas formas, exceptuando tú visita—. Le dije y reí.
Fue entonce cuando me dijo que cerrara los ojos, y lo hice. Fue entonces cuando desperté de un largo sueño, y la noche ya había caído sobre la ciudad, entonces, entendí, que aquel hombre de traje no estaba lejos de venir a verme.
2013 no se encontraba tan lejos, solo faltaba un año y ese sueño no solo fue por que si, no solo fue un sueño.
Continúe leyendo Misery, y pensaba, mientras sonreía, que gracias a aquel hombre de traje (El cual nunca supe como se llamaba, pero por aquí he escuchado decir que le dicen “Muerte”), me había dado un año de más, un año más para vivir…

jueves, 7 de noviembre de 2013

El aula.

Rodrigo corría, subía y bajaba por las escaleras de la torre, pero por más vueltas que diera, ese edificio parecía no tener ninguna salida y no quería perder el juicio como algunos de sus compañeros o desaparecer como algunos lo habían hecho. En su mano tenia un tubo de metal, quitado de una de las sillas.
Era uno de esos días donde el calor invadía a Rafael Calzada y una tormenta de verano no hubiese ido nada mal.
Rodrigo asistía al Instituto José Manuel Estrada como lo hacia desde hace cinco años, cursaba el quinto año.
El día corría normalmente, como todos los días, pero como dije, era uno de esos días pesados de verano, cuando el calor no deja de ser insoportable y lo único que hay son esas ganas de volver a casa a tirarse en la cama a ver como se pasa el resto del día, cosas así sentía Rodrigo un día lunes que le tocaba salir a las dos de la tarde. Pero el día dejaría de correr normalmente y la rutina cambiaría ese mismo día, las cosas dejarían de estar tan tranquilas y el calor seria lo menos importante.
Eran las ultimas dos horas, lo único que hacia que el día sea mucho más pesado era estar esas ultimas dos horas con matemáticas. Karina entro al aula y aviso que tenían hora libre, eso alegro a Rodrigo, al menos no tendría que romperse la cabeza resolviendo aburridos problemas las últimas horas en el colegio.
Karina salio y dejo al curso solo por un momento, sin embargo, fue cuestión de minutos para que todo se fuera al mismísimo diablo, apenas se cerro la puerta, un temblor agito todo y seguramente no solo el aula de quinto año. Las lámparas que colgaban del techo se movían de un lado al otro, los bancos igual, y las ventanas atinaban a cerrarse pero se abrían nuevamente.
Las chicas del aula gritaban, mientras que los chicos reían, pero seguramente del miedo, mientras varios gritaban que se pongan a cubierto debajo de las mesas y tenían razón, si una de esas lámparas se soltaba, seguramente matarían a alguien. El temblor se detuvo, pero su duración fue de unos diez minutos aproximadamente.
Eran veinticinco en el curso y había más mujeres que hombres. Salieron del aula muy despacio, y se dieron cuenta que no había nadie, ni Karina, ni los demás preceptores estaban en el colegio, estaba totalmente vacío, solo ellos estaban allí, solo el aula de quinto año estaba llena de alumnos. Al principio parecía divertido, salir del aula, recorrer los pasillos, estar en cualquier lugar haciendo nada, el sueño de todo adolescente que asiste a clases, pero las cosas se empezaron a alterar cuando llegaron las dos de la tarde y ni siquiera el timbre había sonado para salir y volver a casa.
Rodrigo y un grupo de cinco chicos bajaron para ver si salían, el resto paseaba por el colegio. Al bajar se encontraron que la puerta estaba completamente cerrada y no pudieron abrirla.
Las horas pasaban y Rodrigo quería volver a su casa, de todas forma no era el único. No paso mucho tiempo para que el y un grupo de tres personas quisieran abrir la puerta. Lo lograron, pero fue ahí cuando la puerta se abrió y había un gran vacío fuera, es que, directamente no existía un afuera. El edificio parecía estar flotando en el aire y la profundidad del vacío parecía interminable. Nadie salió.
El día seguía pasando y parecía interminable, Rodrigo no entendía que pasaba, pero al menos parecía seguir cuerdo.
Con el pasar de las horas, varias personas parecían haber desaparecido también como el resto de todo el colegio, Rodrigo seguía buscando una salida, pero no la encontraba, llevaba el tubo de la silla en su mano por si algo aparecía de la nada, su mente ya no se encontraba tan cuerda. Cada tanto se cruzaba con gente de su curso, pero ni siquiera parecía verlos, el solo buscaba como volver a casa, como salir de ese maldito lugar. Sentía que si se dejaba estar, desaparecería como el resto de los estudiantes.
Eran las siete de la tarde y el sol parecía el mismo, parecía que la hora no pasaba, todavía parecían ser las doce del mediodía de un lunes de matemáticas y salidas a las dos de la tarde.
Rodrigo no aguanto más. Se dejó estar. Se sentó en el pasillo, se puso sus auriculares, encendió la música de su celular que no funcionaba más que para eso y espero ver que sucedería con él y el pequeño resto de gente que quedaba, si es que quedaba alguien.
Fuera, desde las doce del mediodía de ese mismo lunes, todos los canales de televisión se amontonaban en la puerta del colegio para obtener una primera plana del terrible accidente que había ocurrido en el salón de quinto año. Un avión por extrañas razones se había estrellado contra el edificio, más exactamente en el salón de quinto año, donde ni un alumno quedo con vida, el resto de los cursos sufrieron grandes heridas.
Pero en el aula donde había más razones de lamentos y llantos, era sin dudas, en el aula de quinto año…